DESDE EL RUIDO HASTA EL AMBIENTE SONORO EQUILIBRADO EL PRINCIPIO:
UN VIAJE SONORO EN EL TIEMPO
La grabación de campo (field recording) se origina en el desarrollo de las tecnologías y los medios, a caballo entre los siglos XIX y XX. Sus raíces, no obstante, penetran en la cultura de la palabra escrita y de la filosofía. La posibilidad de la grabación en audio amplió el territorio de investigación de los etnógrafos, permitiendo el registro de las lenguas y rituales en extinción, y la documentación de la historia sonora. La radio, en su época de desarrollo en el siglo XX, para crear programas de radio y obras de radioteatro requería de los sonidos.
Con el paso del tiempo, estos en sí llegaron a ser lo suficientemente interesantes para emitirse en las ondas etéreas o desprenderse de los vinilos, dando un impulso para que se abriera la imaginación de los oyentes y desarrollando el fascinante fenómeno de la escucha. Hasta hoy día se pueden consultar los imponentes archivos que reúnen colecciones de sonidos del bosque y de los cantos de pájaros realizados por Ludwig Koch o de cantos de trabajo y gospel realizados por John Lomax en el territorio de los Estados Unidos de América. El registro purista del pasado, realizado por los pioneros con la ayuda del mejor equipamiento de la época, es actualmente inapreciable, pues representa la imagen de tiempos pretéritos.
Las grabaciones nos trasladan a lugares y mundos lejanos y, a veces, a regiones que están a nuestro lado, pero que apenas conocemos. Para empezar la aventura de escuchar, hace falta estar atento y, sobre todo, redescubrir que «escuchar» no es lo mismo que «oír». En tanto que el proceso de oír nos remite a cuestiones médicas, a la anatomía y la fisiología, el de escuchar tiene que ver con la actitud de una persona, con su nivel de atención y de percepción activa del material grabado o del entorno sonoro. Escuchar es, en gran medida, una actividad intelectual.
EN EL CENTRO DEL NUEVO MUNDO
En 1876 Thomas Edison patentó su invento, el fonógrafo. Desde aquel momento hasta hoy la reflexión humanística sobre las grabaciones se desarrolla en dos campos: la que está relacionada con el contenido, es decir, con la grabación en sí y, la otra, con la historia de la grabación. El fonógrafo, además de registrar la voz humana, las canciones, los eventos importantes y las noticias, permitía perpetuar todo lo que hace más de cien años constituía la realidad sonora.
Es también importante señalar que la grabación ha definido nuevamente lo que es coleccionar impresiones de las ciudades y de las partes del mundo visitadas. Antes, las impresiones sonoras se hacían presentes en las imágenes y las palabras a través del dibujo, la pintura o la literatura. En las páginas de los diarios, en las frases breves de las novelas o los versos de los poemas se pueden encontrar las descripciones del mundo sonoro, de la fascinación por los aspectos acústicos de la naturaleza o de la ciudad.
El diseño gráfico y la pintura a menudo presentaban el entorno natural de forma tan sugestiva que casi podía oírse. Las obras de arte, la literatura y la filosofía son huellas que dejaron los creadores sumergidos en los sonidos de cada época cuando aún no existía la posibilidad de registro sonoro.
La invención de Edison redefinió también la percepción del tiempo ya que gracias a las grabaciones se podía viajar hacia el pasado. Los sonidos aparecen en el aire por un momento y después desaparecen, descomponiéndose en partículas invisibles. El registro de los sonidos, de alguna manera, detuvo la irreversibilidad de este proceso. La posibilidad de grabación anunciaba una nueva época, una nueva tecnología y una nueva estética en el siglo XX. En el centro del nuevo mundo se situaron la electrificación, el transporte, las fábricas y el ruido, que ha llegado a ser el lenguaje de las ciudades contemporáneas y de la contemporaneidad en general. Terminaba de usarse el lenguaje musical de antaño y los artistas de vanguardia, sintiendo el pulso de aquellos tiempos, cada vez con mayor libertad se servían de los sonidos extramusicales, ampliando al mismo tiempo el vocabulario de la música. El ruido empezaba a ser un flujo multidimensional que socavaba las antiguas normas estéticas de la música: el ensayo de Ferruccio Busoni «Esbozo de una nueva estética de la música» (1907), el sonado manifiesto de Luigi Russolo «El arte de los ruidos» (1913) o el primer concierto de música futurista en Milán (1914), eran prueba de que Europa y el mundo abrían paulatinamente sus puertas a tiempos sorprendentes, que podemos llamar la «Era del ruido». De esta forma, el rumor, el ruido, los decibelios, el bullicio se han alojado en nuestra imaginación como parte del arte y de la vida. El desarrollo y el salto que dio la tecnología después de la Segunda Guerra Mundial hicieron que en la cotidianeidad se instalara la perturbación, el bullicio, el rumor tecnológico, el alboroto como “ambiente natural” del mundo capitalista en que el éxito se mide por el nivel de explotación, de superávit y de exceso.
Antes, nadie esperaba que el ruido llegaría a ser uno de los retos más importantes del futuro. En los años 60 del siglo XX, la tecnología y la industria experimentaron un gran salto en su desarrollo. Para que se empezara a hablar de la contaminación acústica había que recurrir al idioma y a unas definiciones nuevas. El compositor canadiense Raymond Murray Schafer fue el primero en reflexionar sobre estos temas, empezando por definir el término, es decir, paisaje sonoro, en su texto «Ear Cleaning» (1967) y desarrollando posteriormente esta definición fundamental en su libro «The New Soundscape» (1968) dedicado a esta cuestión. Soundscape es el ambiente acústico, el hábitat, un espacio en que la vida perdura y cambia. Los sonidos también están afectados por estos cambios. El soundscape es una especie de libro palimpsesto que pone en evidencia los procesos y los cambios históricos, sociales y estéticos. Una vez todo el espacio sonoro ha sido nombrado, ha conseguido en cierto sentido «un cuerpo nuevo» y el interés de parte de la sociedad. Llegó a reconocerse que, a causa de la contaminación acústica, el mundo empezaba a ser cada vez menos diversificado, reconocible e iban desapareciendo paulatinamente los puntos de referencia en el mapa del entorno más próximo. A consecuencia de la unificación, del desarrollo de la comunicación y de los medios, iba desapareciendo lo que podría llamarse «local» por causa del ruido. Las ciudades, paso a paso perdían sus peculiaridades, lo específico de su paisaje sonoro, ahogándose en una infinidad de ruidos repetitivos y mecánicos, llegando a ser una composición multidimensional de bramidos, golpeteos, chirridos, vibraciones, la música de los ventiladores y el rumor de los motores.
MIRANDO HACIA EL PAISAJE HI-FI
Es difícil abrirse paso a través de un sinfín de sonidos y ruidos hasta llegar a un mundo sonoro equilibrado. Raymond Schafer en su texto «The New Soundscape» (1968) indicaba dos tipos de paisaje sonoro: el hi-fi, es decir, un ambiente natural equilibrado que permite reconocer el entorno y asociar los sonidos con su fuente y hace posible percibir los sonidos bajos y oírlos en un amplio espectro; y el ambiente lo-fi, o sea, un entorno que hace imposible reconocer los elementos del paisaje y el nivel del ruido es superior al de los sonidos.
En el ambiente lo-fi se produce un desequilibrio en la relación entre los sonidos y el ruido y, en consecuencia, es imposible de descodificar el paisaje. En la versión original de esta concepción, el compositor señalaba lo rural, el bosque, la pradera como ejemplos de un paisaje sonoro positivo hi-fi, y las calles, las autopistas y los centros de las ciudades como ejemplos de un paisaje lo-fi.
En el siglo XX estas divisiones se hacen más complicadas. El desarrollo de la tecnificación de las zonas rurales y la expansión de las redes de autopistas están cambiando el mapa sonoro actual.
Al realizar las grabaciones de campo aparece la duda de si todavía sigue siendo posible registrar un paisaje sonoro libre de los ruidos automovilísticos de fondo. Un desarrollo dinámico cambia constantemente el panorama acústico. Sin embargo, es importante también el cambio de conciencia y la creciente gravedad de los problemas relacionados con el ruido y la ecología acústica. El mundo del siglo XXI sorprende con su aura sonora. A veces se puede descubrir, en una ciudad, un lugar discreto y amistoso desde el punto de vista sonoro y, otras, desilusionarse profundamente por la presencia de ruidos en un lugar teóricamente tranquilo.
No se trata de crear museos sonoros, sino más bien de mantener el entorno equilibrado: no construir carreteras de tránsito en pequeñas ciudades; planificar conscientemente las redes de carreteras de forma que pasen lejos de entornos excepcionales guardando respeto por el valor auditivo de los lugares respectivos. De esta forma, en una pequeña ciudad, se podrá disfrutar de su discreta arquitectura y, paseando por la orilla de un río o atravesando las praderas y los bosques, oír únicamente las sonoridades que generan, sin perturbaciones de tráfico.
En el siglo XVIII Alexander von Humboldt introdujo la definición de un monumento de la naturaleza como un caso histórico y un fenómeno único dentro de una especie. Hoy hay que proteger espacios en su totalidad, redefinir los conceptos y la legislación e informar de cómo van desapareciendo cada vez más los sucesivos espacios y se van extinguiendo entornos completos junto con sus irrepetibles paisajes sonoros. Desde principios del siglo XX hemos hecho un largo camino: desde la fascinación por el ruido que fue la expresión y la metáfora de nuevos tiempos hasta un estado de ruido omnipresente. Hoy en día sabemos más sobre el entorno y sobre la influencia devastadora de la contaminación acústica en la calidad de vida. Esta reflexión es inapreciable, puesto que se constituye como base para el cambio, para imaginarnos un medioambiente distinto, mejor, sin la hiperrepresentación del ruido.
FUERA DEL CENTRO: ¿UN PARAÍSO PERDIDO?
La obra «El sonido de un cambio irrevocable» del artista español Juanjo Palacios es una invitación para escuchar entornos sonoros excepcionales e inicia la serie de grabaciones del panorama sonoro de la reserva en el Parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias, en Asturias (España).
En esta región se han conservado unos puntos sonoros característicos y reconocibles. Los sonidos grabados por Palacios son discretos y es impresionante el alcance de la percepción sonora de los detalles: desde el más mínimo movimiento de la flora hasta los azotes del viento, pasando por el murmullo de un arroyo o la tenue pulsión de los insectos. Ante el oyente se abre gradualmente el cosmos de la Naturaleza.
En la era de un medioambiente electrificado, un aire acondicionado constantemente encendido y un tráfico continuo en las calles, el campo sonoro de los habitantes de las ciudades se hace cada vez más reducido.
La mencionada colección de grabaciones permite volver a un entorno equilibrado, recuperar la respiración y la capacidad de escuchar. ¿En qué medida difiere este mundo sonoro del bullicioso panorama urbano? Uno puede enterarse de ello reservándose un poco de tiempo, sentándose y sumergiéndose en este paisaje gracias a los auriculares. Cuando escuchamos, se abre la imaginación, empezamos a reconocer los detalles, las formas y las estructuras de las que va surgiendo un paisaje. Las grabaciones en el campo permiten recuperar el equilibrio entre nuestros sentidos y nuestra recepción del mundo. Al escuchar, va disminuyendo la dominación de la esfera visual hasta que todos los sentidos funcionan con el mismo nivel de atención. Escuchar estas grabaciones puede ser un camino, un viaje a otros tiempos y a otros lugares, a un re-descubrimiento de los detalles sonoros del mundo que nos rodea. Y eso es posible de igual forma que es posible hacer un fenomenal paisaje sonoro de una reserva natural.
A través de su trabajo Juanjo Palacios nos aproxima un espacio hi-fi matizado, denso, y de una riqueza sonora mucho mayor que los paisajes sonoros que conocemos. Estas grabaciones son como una acusación, porque demuestran cómo pudo sonar el mundo antes de la industrialización que cambió el medioambiente para siempre. Quizás al escucharlas se nos ocurran preguntas por el sentido y las intenciones que han orientado y siguen orientando las actividades devastadoras del medioambiente.
Los sonidos son una expresión de la vida. Es clave el momento en que estamos sumergidos en los sonidos, sin dominarlos, pero coexistiendo con ellos. La grabación de campo (field recording) nos aproxima el mundo sonoro, pero también nos abre a los ensueños y construye ideas de cómo preservar lo que palpita, tiembla, cruje, murmura, chirría y silba. Para experimentar nuestro entorno en toda su plenitud merece la pena escuchar.
ATIENDE A TUS OÍDOS
Los ojos bien abiertos miran en seis direcciones del mundo: el Oeste, el Este, el Norte, el Sur, la Tierra y el cielo. El sol en su cénit lastima las pupilas. Los párpados reaccionan de forma refleja y protegen los pequeños y húmedos cuerpecitos que se dedican a mirar. En esos momentos los demás sentidos se convierten en las principales fuentes del conocimiento. Déjate llevar por ellos y experimentarás una nueva forma de ser en el mundo.
Viajar es meditar en movimiento. Los músculos se utilizan para atravesar el espacio. Todo el cuerpo percibe la humedad del entorno, sus temperaturas y sus texturas. Los olores se funden, crean unas composiciones complejas, de las que es difícil sustraer los elementos básicos. Este ambiente oculta información ilegible para un ser humano centrado en lo visual. Los corzos se frotan contra los troncos de grandes abetos cuando sienten la resina recalentada por el sol que alivia el dolor de las picaduras de insectos y protege el cuerpo con una capa de sustancia pegajosa contra nuevas picaduras. Las plantas preparadas para pasar a la siguiente etapa -de la adolescencia a la madurez- invitan a los aliados-polinizadores con su dulce aroma. El hedor de animales muertos atrae a los carroñeros y las alimañas a kilómetros de distancia.
Cuando salgo fuera de la ciudad, mis oídos dejan de cubrirse con una gruesa capa de cera. Los expongo abiertamente a la actuación directa de los sonidos. Inspirada por Juanjo Palacios, al escalar las montañas, me dejo llevar por lo que oigo.
En otoño, percibo con todos mis sentidos cada paso que doy en un bosque de hayas, en la abundante capa de hojas pelirrojo-violetas caídas al suelo. Me sumerjo en la piscina llena de delicadas estructuras hechas de celulosa. Crujen como una capa fina de hielo.
Un viento fuerte trae la tormenta. El tronco cruje, crujen las hojas rozándose. El castaño se encuentra en su fase final de floración. Sus flores parecen penachos dorados. Se deshacen en susurros hacia el noreste.
La meseta montañosa se erige sobre las rocas calizas. Al mirarlas de cerca, un grupo de piedras blancas resulta ser una gran familia de ovejas. Se mueven en un grupo compacto y esponjoso a través de los pastos de la estepa. Me acuclillo cerca del suelo, me convierto en una piedra caliza. Oigo cada vez con más claridad los pasos, la hierba arrancada, triturada y rumiada. Al cabo de un rato me encuentro en medio del rebaño sumergida en una polifonía de respiraciones.
En lo hondo del valle, una corriente de agua junto con los objetos que encuentra en su camino genera una sinfonía de cristal. Hace dispersarse un haz luminoso con la ayuda de una piedra.
El ritual dedicado al Árnica de montaña se celebró durante una tormenta de verano. El calentamiento global ha provocado la desaparición de sus hábitats. La empuja cada vez más alto a lugares donde es imposible vivir. En un instrumento hecho con un trozo de plástico y una vieja lata de frijoles, la lluvia tocó una marcha fúnebre.
Los últimos kilómetros del camino que conduce al collado carecen de asfalto. Los pies aplastan la grava causando un alboroto entre las piedras. En una pendiente empinada crujen las articulaciones de las rodillas. Un túnel frío, húmedo y sumergido en la oscuridad atraviesa la cima de sur a norte. Camino con cuidado, escuchando cada paso, cada gota que cae, mi respiración.
Estoy respirando y mis pulmones tienen una conexión muy estrecha con las plantas en fotosíntesis. Gracias al proceso que realizan día a día, mi vida es posible. Al respirar conecto con el mundo entero, soy parte de él, dejo de existir como individuo.
Los sonidos que se desprenden de lo hondo de mi cuerpo se funden con los sonidos del mundo, la frontera entre el entorno y el interior se diluye. ¿O será que no existe?
Durante la pandemia, los eventos públicos fueron trasladados al ámbito virtual. Llenar el repentino vacío que ello produjo era importante para las personas relacionadas con la cultura. Pero a pesar de ello se notó mucho la experiencia compartida de acceso restringido a la naturaleza. Resultó ser una de las vivencias que no pueden ser mediadas por los medios de comunicación. La imagen y el sonido registrados en una selva no reflejan la experiencia de vivirla directamente. Los olores, la humedad del aire, la percepción corporal del frío o del hastío pueden incitarse a través de la imaginación siempre que este tipo de experiencias hayan podido grabarse en la memoria. Es difícil transmitir las sensaciones acumuladas durante una inmersión profunda en la naturaleza. El arte puede servir de ayuda y por medio de él se pueden compartir las experiencias. Los paisajes sonoros invitan a conocer el mundo de forma intuitiva. A diferencia de los ojos, los oídos no se pueden cerrar. Escuchar profundamente implica no estar distante del mundo, estar alerta y estar abierto al medioambiente.
Para muchos animales humanos los vínculos del hombre con la naturaleza no son evidentes. Se ponen de relieve las divisiones y no las conexiones, las diferencias y no las similitudes. El mundo aparenta ser un conjunto de polos distantes y polarizados. Se contrapone la vida a la muerte, la mujer al hombre, el cuerpo al alma, el hombre a los animales, los animales a las plantas, la naturaleza a la cultura. Mi misión es nivelar estas divisiones porque el mundo está tejido de relaciones. Todos y cada uno de nosotros estamos compuestos de los mismos átomos que se configuran en un sinfín de sistemas. Se entrelazan en redes, se unen en constelaciones, se transforman. Si fuera universal el conocimiento de las relaciones existentes entre los seres en el mundo, no se emprenderían muchas actuaciones destructivas.
Para suplir el conocimiento de las interdependencias hay que tomar conciencia de que las experimentamos sin cesar. Al comer pan me entrego a saborear la colaboración entre: los organismos subterráneos que responden de la fertilidad del suelo, las plantas que crecen en esta tierra, el agua indispensable para su desarrollo, el sol gracias al que las semillas maduran, el hombre que recolecta y procesa el grano. La supervivencia humana está íntimamente vinculada a la vida del resto de los habitantes de la Tierra. Escuche atentamente sus necesidades.
LA EXTINCIÓN DE LOS SONIDOS
Saber interpretar sonidos es crucial para (sobre)vivir. ¡Quién no ha salvado alguna vez la vida gracias al oportuno toque de un claxon! Mientras que en ambientes urbanos, somos capaces de identificar e integrar prácticamente cualquier sonido, esta capacidad la hemos casi perdido en el medio natural. Dicha discapacidad está relacionada en parte con la pérdida de sonidos en sí. Hay sonidos que se han extinguido o que lo harán en breve. No volveremos a escuchar en la península ibérica a un torillo andaluz o un bucardo.
Otros sonidos se han vuelto extremadamente raros, como el canto del urogallo o las llamadas de lince ibérico. Muchas salas de conciertos en las que año tras año se repetían coros de ranas han cerrado. Bosques donde tocaban orquestas filarmónicas de aves han sido transformados en plantaciones de árboles y ya no suenan igual de bien. Los mismos bosques que en invierno recreaban el silencio más absoluto tras las grandes nevadas, esas que el cambio climático ha convertido en eventos excepcionales.
Juanjo Palacios y su proyecto «Sonidos para un inaplazable cambio» nos hace conscientes de nuestro patrimonio sonoro y de su progresiva desaparición, en especial la que afecta a la «biofonía» o los sonidos producidos por los seres vivos.
Esta discapacidad sonora de la sociedad se debe también a que hemos perdido la conexión con la naturaleza.
La diversidad de sonidos que hay en un bosque natural es inconmensurable; desde el chirriar de un árbol, tal y como lo haría una puerta vieja, pasando por los diferentes «tamborileos» de cada especie de pájaro carpintero al taladrar árboles hasta los graznidos de una banda de cuervos tras descubrir los restos de un ciervo abatido por los lobos. Esta diversidad sonora es totalmente desconocida para gran parte de la sociedad. Estos sonidos no sólo pasan desapercibidos sino que, además, carecen de significado para la mayoría de la gente. Interpretar lo que pasa en el medio natural en base a los sonidos es algo que pocos saben hacer. En este grupo de privilegiados se encuentran muchos biólogos y biólogas, aunque las experiencias sonoras están al alcance de cualquiera. Oír algo moverse en la maleza, intuir qué es ese algo y descubrirlo suponen una emoción inolvidable. Incluso cuando crees que del bosque va a salir un oso y en su lugar aparece saltando una ardilla.
La carencia de este tipo de experiencias sonoras va unida al desconocimiento de una parte importante de nuestro patrimonio sonoro que, a su vez, retroalimenta el escaso interés de la sociedad por el mismo.
Juanjo Palacios aborda esta problemática desde una perspectiva amplia, e incluye también en su proyecto los sonidos producidos por el ser humano. Llama nuestra atención sobre los sonidos de origen humano que nos resultan agradables, cuya gran mayoría van asociados al medio rural. El tintineo de los cencerros, los toques de campana de la iglesia del pueblo (cada uno con un significado) o el quiquiriquí de los gallos como despertador natural nos suenan a música celestial, nos relajan y dan sensación de hogar. Ese hogar que añoran los habitantes de las ciudades y que buscan desesperadamente cada fin de semana. Estos sonidos del medio rural tampoco están a salvo. La ganadería intensiva, el turismo masivo y la construcción de nuevas carreteras que atraviesan estos remansos de paz sonora son, entre otros, los nuevos moldeadores del paisaje rural.
«Sonidos para un inaplazable cambio» es también una alerta sobre el nivel de presión acústica y el desequilibrio sonoro de las ciudades. La mayoría de la población humana vive en ciudades y está obligada en muchas ocasiones a habitar infiernos sonoros. Yo misma lo he experimentado. Tras vivir muchos años en el bosque primigenio de Białowieża, me resulta dificilísimo en Sevilla, mi ciudad natal, conciliar el sueño o mantener una conversación en un bar sin desgañitarme. El proyecto de Juanjo Palacios nos hace recapacitar sobre la urgencia de hacer más humanas nuestras ciudades. Esto es algo que, como Juanjo apunta, se ha puesto de manifiesto durante el confinamiento debido a la pandemia del Covid-19, el cual ha cambiado drásticamente la percepción de los sonidos que tenían los ciudadanos. La humanización de nuestras ciudades pasa obligadamente por modelar y mejorar el paisaje sonoro; disminuir la cuota que se lleva la «antropofoníca» y aumentar la parte «biofónica» es fundamental para hacer nuestras ciudades «vivibles».
El proyecto de Juanjo Palacios también nos invita a disfrutar de sonidos producidos por los elementos de la naturaleza. Escuchar «Viento de altura» con los ojos cerrados es una experiencia increíble. Estos sonidos o «geofonía», a diferencia de los sonidos producidos por los organismos vivos y por los humanos, no van a desaparecer nunca. Llevan desde siempre formando parte del planeta y sobrevivirán a los humanos cuando llegue nuestra extinción. Mientras tanto, debemos aprender a disfrutar, conocer y proteger el patrimonio sonoro que aún nos queda. Los aullidos de una manada de lobos, el berrear de los ciervos en celo y el ulular de un cárabo son un patrimonio que no podemos perder. Juanjo Palacios pone la primera piedra en la que empezar a reconocer y construir nuestro patrimonio sonoro. Sin duda, su proyecto causará un despertar sonoro en muchas personas.